Luz y no-luz: Preámbulo a los proyectos del laboratorio

En la oscilación del blanco y el negro, de la luz y la no-luz, quedan capturados los aspectos de la realidad para nuestra mirada; con ellos el espacio se hace visible o invisible, pues el ojo en sí no percibe forma alguna, son la claridad y la sombra quienes modelan las formas en nuestro plano de representación visual, e incluso les dan color. Sólo a través del sueño y la imaginación sentimos la percepción de imágenes sin luz. Las cualidades técnicas, simbólicas y perceptivas de la luz esconden multitud de resortes contradictorios o paradójicos que la dotan de un alto poder expresivo. Pero más allá de la atractiva sugerencia que un tintineo de luces puede hacer para encandilar nuestra mirada, la luz en sí cuestiona el propio principio de la visualidad. Necesidad básica cuyo conocimiento recae en una cadena de disciplinas entrelazadas: Física (óptica) [geometría] Arte (percepción) psicología Filosofía (estética) Teología, campos que desde un punto u otro sondean el problema de la comprensión de la realidad, apelando a la lógica, la técnica o incluso la magia. «… y separó la luz de las tinieblas….». Utilicemos pues esta separación para mirar atentamente nuestra propia mirada y leer, en la contemplación de la luz que se interpone entre nuestros ojos y esta página, su idoneidad para actuar como elemento plástico capaz de cuestionar, condicionar y alterar la aprehensión de la realidad. Si la observamos en primera instancia con aséptica intención didáctica, podemos ver su energía radiante extenderse por el espacio en todas direcciones desde el centro de su fuente de emisión, sea ésta natural o artificial. Despliegue de materia que no impide el movimiento de los cuerpos entre ella, al tiempo que también penetra por determinados cuerpos, compartiendo su lugar. En esta penetrabilidad de la luz y por la luz reposa uno de sus resortes paradójicos por eso para Hegel la luz era la idealidad de la materia. Pero además, su capacidad expansiva es regulable, los rayos de luz cesan en su dirección al encontrar un cuerpo opaco, o la modifican por su reflexión o refracción ante determinadas superficies, reducen su intensidad al filtrarse por sustancias traslúcidas, así como se dejan guiar por lentes, aislar al hacerlos pasar por diminutos huecos, o mostrarse ella misma como color. Medios con los que se pueden construir formas y volúmenes dotados de una cierta o incierta densidad matérica.

«….
Un espejo, otro espejo,
un doble bastidor;
y en lo turbio, con toda
claridad, la visión.
Muéstranos éste unos
cromáticos juegos;
en la penumbra, al sentido
se revelan los misterios
….»1

Cuando los rayos cesan al encontrar un cuerpo opaco se produce la sombra, que a modo de proyección oscura se dirige al espacio en dirección opuesta a la luz, pero su negatividad no constituye en sí una expresión puramente privativa, el «No ser» de la luz podríamos también entenderlo como la inevitable consecuencia de ella. «Tu sombra espera tras toda luz» escribe Cortazar y ciertamente es la sombra quien más nos dice acerca de la forma y situación de los objetos y las cosas. Pero la sombra no es la oscuridad, si bien la oscuridad de la noche es consecuencia de la sombra propia de la tierra. Para nuestra mirada la sombra es un estado intermedio donde tanto luz como oscuridad han perdido poder, claroscuro mediático que redibuja los volúmenes del espacio ocupando las graduaciones de gris que hay entre los extremos. Si abandonamos el campo neutro de la extensión del gris y tomamos posiciones extremas, dirigiéndonos, por ejemplo, al negro, a la oscuridad o ausencia total de luz, el espacio que nos rodea además de invisible se hace nodimesional, mientras sus límites físicos permanecen allí, definiéndolo, se han borrado para nosotros. El espacio no se considera ya en esencia «sólo una sutil luz» como anunciaba Proclo o los neoplatónicos, pero sin ella las formas y los volúmenes pierden la nitidez de sus perfiles, la profundidad queda anulada así como también la extensión y la amplitud, y sobre todo el color, aquellas cosas que con su aparente color propio nos acompañaban han ido perdiéndolo conforme se desvanece la luminosidad del gris. La luz es el elemento constructivo del mundo visible y sin ella lo único que vemos ante nosotros es la propia oscuridad, sustancia penetrable que nos envuelve y en cuya densidad podemos, con cautela, adentrarnos, pues nuestros pasos se relentizan en el espeso ambiente de la oscuridad, el sentido de la mirada cambia y los demás sensores se alertan sintiendo más cualquier ligero cambio. El espacio es como era y sin embargo pasa a ser un espacio virtual. «Cuando, por ejemplo, el mundo de los objetos claros se encuentra abolido, nuestro ser perceptivo, amputado de su mundo, dibuja una espacialidad sin cosas. Es lo que ocurre de noche. La noche no es un objeto delante de mi, me envuelve, penetra por todos mis sentidos, sofoca mis recuerdos, borra casi mi identidad personal. Ya no me escudo en mi puesto perceptivo para ver desfilar desde allí los contornos de los objetos a distancia. La noche no tiene contornos» 2
La oscuridad más intensa se percibe mejor con los ojos abiertos, es ese negro abismal y profundo que nos niega cualquier dato, sólo el sonido actuará allí como referencia del lugar. Con los ojos cerrados se mantiene aun la sensación de la luz cuando pequeños «fosfenos» juegan con la sensibilidad de la retina. «Cerremos los ojos para ver» como decía Joyce, o, «abramos los ojos para comprobar que no vemos nada». Qué no vemos nada, o qué lo que vemos no responde a la situación que realmente (?) hay ante nosotros. Entonces, ¿son nuestros órganos los responsables de este atropello de letras que leo y me dicen que no estoy viendo o que viendo y leyendo estoy obligada a resistir la certeza de lo que hasta ahora voy escribiendo?. Acomodemos los ojos para saber dar a nuestro sentido el doble juego de la luz. El condicionamiento es siempre recíproco; la luz rara vez es uniforme y regular, unas superficies la reflejan más que otras, a la vez que las sombras interaccionan entre sí con distintas intensidades. Un cambio en la distribución de luces y sombras modifica la forma que vemos del espacio, aproximando unas partes y alejando otras, alterando la realidad ante nuestros ojos. Pero lo más destacado es que la luz no sólo la oscuridad puede llegar a borrar también nuestras referencias espaciales. Cuando con intensidad el colorluz irradia todo un espacio vacío, y no hay ningún elemento que contraste, nunca se rompe la sensación de continuidad, la espacialidad se vuelve autónoma en sí, las coordenadas se desvanecen y nos sentimos en medio de una masa inerte, coloreada e ingrávida, donde la mirada no encuentra un plano soporte que la acoja, un límite que defina nuestra situación. Estamos ante la infinitud de un espacio que sabemos acotado, pero en el cual la luz genera la sensación de vacío energético desmaterializando el espacio y presentándose ella como cuerpo ilimitado. Como ocurre con las ideas (o ideales, según palabras de Goethe), esta situación sólo cobra vida cuando los extremos se agrupan a su alrededor, mostrándose sin graduaciones intermedias, como puro contraste de magnitudes inversamente proporcionales. Es pues en la oscuridad donde mejor se presenta la luz, la vemos nítidamente recortada cuando el rayo definido quiebra la tiniebla negando la importancia de las sombras, o en la proyección de luz que en una sala oscura dibuja las imágenes del cine, los recorridos de un láser o cualquier forma de luz recortada. Del mismo modo, desde la luz se percibe mejor la oscuridad, pues a través de la ventana del cuarto iluminado la noche se recorta como un negro sin fondo contra los límites blancos del vano. Así, el blanco y el negro, la luz y la no-luz, cuando ambos se muestran sin oscilación cuando el blanco es blanco y el negro es negro niegan los aspectos de la realidad a nuestra mirada. Mirada que sólo encuentra cobijo en los distintos estados del gris; a la luz no podemos mirarla más que de reojo y nos asusta el peligro de la oscuridad. Pero tal vez nos niegan el aspecto cotidiano de la realidad, permitiéndonos acceder a otra realidad en la que la luz ya no implica el orden y la no-luz el caos, aislados, ambos provocan la forma sin forma; tanto la luz cegadora como el abismo de la negrura, en su radicalidad, pueden intensificar la capacidad perceptiva de la conciencia al negar nuestra conciencia perceptiva del mundo.

NOTAS

  1. GOETHE, J. W. «Dios y mundo: Los colores entópticos» Obras Completas T. I pág. 1166.
  2. MERLEAU-PONTI, M., Fenomenología del espacio. Ed. Planeta/Agostini. Barcelona, 1985 pág 298.