Las radiaciones de luz, el objeto físico, su proyección óptica en la retina y su trasferencia al entendimiento son las situaciones básicas que posibilitan la visisón. Ante nuestros ojos las cosas se dan de natural, no vemos como se difunde la luz, simplemente el espacio iluminado. El exterior es como sí se introdujera según fluidos paralelos y trasparentes hacia el entendimiento, pero hemos visto que el proceso se desvía, los haces siguen formas cónicas que penetran en cada uno de nuestros ojos, invirtiendo la imagen. E incluso, ese acto de ver vuelve invisible su misma realidad básica: tenemos dos ojos (VÉASE). |
No hay pues una reproducción directa de la información en cada fase, sino un tratamiento de esa información, no hay correspondencia punto a punto, sino por el contrario, multiplicación de correspondencias; en suma, la apariencia de lo real es tratada primero en forma óptica, después química para por último, iniciar el proceso más complejo de tratamiento de la información.
Lo visual pierde su transparencia,
las «sensaciones elementales» de la imagen directa necesitan
mediadores explicativos, detectores capaces de codificar las señales
discontinuas retinianas. La mirada que arrojamos a nuestro alrededor a
cada momento no capta por tanto más que una multitud de repeticiones
y de evoluciones interiores, efectos por eso mismo discontinuos. Son por
tanto, en última instancia, mecanismos cegados los que nos dan a
ver lo visual.
Así, ante la percepción
de ese objeto u objetos en el espacio, en cualquier experiencia cotidiana,
desde ese momento que captamos lo que nos rodea, se superpone otra realidad,
abierta, global, que afecta a la totalidad en tanto que es interpretación
de la realidad como suma de miradas y experiencias anteriores. El significado
otorgado a lo que vemos está en gran medida allí en lo visto
hasta ahora. El pensamiento se siente siempre invitado a este acto de ver.